Las emociones han sido objeto de estudio de muchas disciplinas a lo largo de la historia. En las últimas décadas, la neurociencia ha estado en condiciones de aportar importantes clarificaciones al respecto, que hay que tomar en consideración, antes de aplicar el calificativo “emocional” a cualquier cosa, como si eso le conferirá un valor añadido.
El psicólogo estadounidense Paul Ekman, famoso por haber demostrado que la expresión facial de las emociones básicas es universal (todas las culturas las expresan de la misma manera), las define así: “Las emociones son un proceso, un tipo particular de valoración automática influenciada por nuestro pasado evolutivo y personal, en el que sentimos que algo importante para nuestro bienestar está produciendo, y un conjunto de cambios psicológicos y comportamientos emocionales comienza a hacer frente a la situación. ”
Compartimos los circuitos cerebrales responsables de las emociones, no sólo con los otros primates, sino con los mamíferos en general. Los centros cerebrales que las regulan suelen considerarse incluidos en el término funcional “sistema límbico”, que incluye estructuras como el hipocampo o la amígdala, estrechamente implicadas en la memoria y la expresión emocional, respectivamente. La función fundamental del sistema emocional es proporcionar una respuesta inmediata a los distintos tipos de situaciones en las que la rapidez puede aportar ventajas importantes (o la lentitud puede provocar pérdidas significativas). Por ejemplo, experimentar miedo, sin necesidad de completar todo el proceso que requeriría hacer una evaluación cognitiva -más lentamente de la situación, nos puede salvar la vida.
Las emociones no son detectores infalibles (después de habernos apartado de lo que habíamos tomado por una serpiente venenosa, podemos comprobar que no era más que un trozo de tubo de plástico), pero -como en muchos otros ámbitos- los errores por exceso (falsos positivos) son más convenientes que los contrarios. Si no era una serpiente y hemos huido, sólo hemos consumido unas pocas calorías extra. Si -por el contrario- era una serpiente letal, y no nos hemos apartado, habríamos perdido la vida.
Conviene destacar que se trata de un sistema, y de unas estructuras cerebrales, que -lejos de ser exclusivamente humanas- compartimos con el resto de los mamíferos, que -lógicamente- se benefician igualmente de poseer un sistema de respuesta rápida. Como se educan las emociones? La respuesta simple es que no se educan. O incluso, que no conviene “educarlas”. Como sistemas automáticos de respuesta, no necesitan entrenamiento, y los principales beneficios que nos aportan derivan -precisamente- de su carácter automático, que es lo que les proporciona la capacidad de responder rápidamente.
¿Quiere decir esto que no aprendemos a controlar las emociones? En contra de lo que se pensaba antiguamente, las emociones y la razón no son actividades separadas. Ni siquiera son separables, como explica magistralmente Antonio Damasio en “El error de Descartes”. Una de se estructuras más emocionales del cerebro es el córtex orbitofrontal; la porción de la corteza prefrontal que se sitúa inmediatamente detrás de las órbitas de los ojos. Sus conexiones dirigidas a la amígdala son de carácter inhibitorio. Es gracias a esto que, cotidianamente, somos capaces de reprimir la expresión de impulsos que sí experimentamos, y no llegamos a expresar, como decir a nuestro interlocutor que la broma que ha hecho no nos hace ninguna gracia, o que no nos interesa nada la historieta que está contando.
Aprendemos a controlar las emociones mientras estamos haciendo otras cosas, como atender a un profesor, discutir con un amigo o jugar con un grupo de personas. Las reglas sociales, y diría que especialmente aquello tan descuidado actualmente como las buenas maneras (saludar cuando llegamos aun lugar, callar mientras otro habla, dar las gracias y decir ‘por favor’, …) son excelentes maneras de potenciar la influencia del córtex prefrontal (cognición, racionalidad, planificación …) sobre la amígdala (impulsos rápidos, expresión conductual de la emoción).
Cuando nos enfrentamos a una tarea difícil o costosa Por ejemplo, un problema de matemáticas con una solución que no es nada intuitiva), podemos aprender a superar la frustración con persistencia, en lugar de hacerlo con ira o con tristeza. Esto es educación emocional, y no requiere ningún tipo de focalización en la parte más emocional del proceso. Al contrario, la función del maestro sería centrar la atención sobre los aspectos más estrictamente racionales y procedimentales de la manera de resolver el problema.
Esto demanda, por parte del maestro, un conocimiento profundo de la materia, y una madurez suficiente como para servir de modelo. No hay, en cambio, ninguna especialización en el funcionamiento del sistema emocional, ni focalización en que debe sentir o cómo debería sentir el alumno. De eso ya se ha encargado la historia, tanto la evolutiva como la individual.
Los maestros sólo deben conocer bien su materia y sber como impartirla. En el transcurso de la evolución, el sistema de respuesta emocional de los humanos se ha desarrollado para ser moderadamente controlable por parte de la corteza prefrontal, que es -precisamente- la vía que hay que utilizar para incrementar el control emocional; una de las características de lo que tradicionalmente se ha conocido como maduración.